martes, abril 10, 2007

Tu rostro me lanzó hoy la promesa de besos pasados,
la sonrisa de caricias futuras,
y el eco de tu voz que resuena entre los bordes
de tu fotografia.

viernes, febrero 16, 2007

Intersecciones V

El teléfono clamaba sobre la mesa del salón, gritando por la atención que creía merecer. Quizás estando sobrio hubiese atendido aquella demanda, la presencia de ella le hubiera obligado a incorporarse del sillón, extender la mano y descolgar.

Aunque, pensándolo bien, tal vez aquel trasto del demonio sonaba precisamente porque ella se había ido.

A estas alturas, calculó por la actividad de las farolas, los rumores de su partida habrían barrido ya la ciudad, despertando conciencias y activando alarmas...

Rumores que dibujarían, con bastante exactitud, la escena. Actor principal, no apto ya para papeles de galán, rozando la cuarentena, la obesidad y la alopecia, desmadejado en un sofá que hace mucho dejó de ser viejo y aún no era antigüo, enfundado en ropa deportiva comprada para estar en casa. Con el sabor pegajoso del alcohol desbordando boca y paladar...

Siempre le gustó emborracharse solo. Caer en la inconsciencia a sorbitos, sin testigos molestos que rieran o llorasen. Preservar una cierta dignidad. La autoestima del borracho ocasional, lo definió una vez...

Allí estaba, bendiciendo aquel sonido molesto que llenaba el silencio y la oscuridad de una casa vacía, que le presentaba la noticia, no por inesperada más reconfortante, de que al menos alguien sentía preocupación, o lástima...

Fijó sus ojos en la cola de un dragón que permanecía escondido tras un grabado florentino. Desde la perspectiva que le brindaba su horizontalidad y la ginebra, el gotelé dibujaba figuras fantásticas y sobrecogedoras, que trepaban como hiedra por la pared de la habitación, ocultándose aquí y allá entre cuadros horribles y muebles escasos. Persiguiendo con la vista a dos enanos que parecían llevar un enorme saco a la espalda, le atrapó el sueño.

El sol atravesaba los cristales, en finos hilos dorados donde danzaba el polvo. El vaso con los restos de licor y hielo derretido dejaba marca sobre el suelo de madera. Una serie de pasos vacilantes lo condujeron salón, pasillo, dormitorio, baño hasta el grifo que activó a la espera del agua caliente. Mientras el sonido del chorro rebotando contra el fondo de la bañera martilleaba en su cabeza, el reflejo del espejo lo mostró recorriendo con manos torpes las estanterías que ella vació al marcharse. Y entonces las encontró. Pequeñas, relucientes, amenazantes en su insignificancia.

La brisa de la mañana acariciaba su ceja hinchada y desnuda. Había sido estúpido, pensó. El recuerdo de las pequeñas pinzas sobre el lavabo le produjo un escalofrío.. Había sido estúpido, sí. Un acto absurdo e irracional, se había repetido a cada tirón.. Pero no había encontrado otro camino para odiarla.